Entre febrero y marzo hicimos un seminario acerca de la importancia del Espacio Público en nuestras vidas, y su relevancia en las relaciones sociales urbanas.
No podíamos imaginar que estábamos a las puertas de una nueva experiencia, cruel y de difícil gestión, que pondría en primer plano de una manera violenta, muchos de los supuestos que aparecieron en aquel seminario.
Unas semanas después de despedirnos prometiendo volver, nos vimos obligados a confinarnos, a prescindir de los espacios públicos para salvaguardar la salud de todos y todas, para atajar un contagio que suponía la amenaza real más importantes de las últimas décadas.
Este confinamiento ha puesto de manifiesto tres conceptos clave para esa convivencia urbana tan necesaria en nuestras vidas. Por un lado lo que podríamos llamar “La vivienda insuficiente”, por otro “El Espacio Público imprescindible” y, por último, “La sostenibilidad sostenible”. Tres conceptos que se complementan y deben considerarse, desde mi punto de vista, con una nueva mirada orientada a alcanzar un equilibrio necesario. Las dos máximas que han dirigido este confinamiento, no dejar a nadie atrás, y buscar una nueva normalidad, parece que sientan las bases de cualquier reflexión hacia el futuro inmediato.
La vivienda insuficiente.
Se ha repetido hasta la saciedad que la vivienda es un derecho constitucional. Y es cierto, porque recoge una necesidad esencial para los seres humanos, la necesidad de cobijo. Y sabemos que detrás de cualquier necesidad básica aparece un derecho fundamental. Sin embargo, a diferencia de otros derechos constitucionales, como los referidos a la salud o la educación, el derecho a la vivienda no se materializa en nada.
Las políticas de vivienda pública siempre han sido muy tibias y se ha dejado que la iniciativa privada gestionara este tema permitiendo así que un derecho se convirtiera en un negocio basado en la oferta y la demanda. A la llamada generalizada del “quédate en casa” deberíamos añadirle la condición “si tienes”, como coletilla dramática. Cabe destacar que, cuando hablamos de tener casa, no nos referimos al régimen de posesión (propiedad, alquiler, préstamo, okupación, etc.), nos referimos de una manera global a la disponibilidad. La pregunta sería, ¿dispones de una vivienda digna? Sea cual sea el régimen de tenencia, esa coletilla que hace mención a la dignidad abre un nuevo horizonte. Conceptos como tamaños, materiales, servicios, etc. se convierten en jueces de la dignidad, asistidos por el siempre incómodo precio. El resultado es que la dignidad y la carestía van de la mano, y ese es mal camino. Es más barata la indignidad. Cada vez que sale una norma para mejorar la vivienda (aislamiento, insonorización, incluso ahora exigiendo terrazas y balcones), los más desfavorecidos se ponen a temblar porque la vivienda mejora, sin duda, pero se aleja de sus posibilidades. Si no tomamos medidas económicas correctoras, otra vez los mismos se quedarán fuera.
La vivienda debió cambiar cuando llegó una revolución que nos pasó desapercibida porque se llevó a cabo poco a poco. La incorporación imprescindible de la mujer al mercado laboral cambió nuestras vidas. Fue una revolución que no quisimos ver, seguramente porque dimos por supuesto que iba a pasar lo que pasó, que ellas se pondrían a trabajar fuera, sin dejar de trabajar dentro. Una miopía terrible e insostenible, que estamos pagando caro.
Ahora, con el confinamiento, aparecen con fuerza situaciones (como conciliación familiar o teletrabajo), que complican la convivencia si no se reconsidera el concepto de vivienda que, con la exigencia de espacios de relación y espacios privados, vuelve a estar en el ojo del huracán sin que lo veamos. Es cuando hemos de redefinirla por “ser insuficiente” lo pensado hasta hoy. Somos así, necesitamos un azote como la pandemia para descubrir que hemos estado viviendo por debajo de nuestras necesidades, con el “despacho” para él y la “cocina” para ella, o con los niños en el regazo mientras se atiende al ordenador. Es imprescindible que descubramos que la vivienda es una pieza clave de nuestra cultura que hemos de revisar. Y ha de estar al alcance de todos.
El Espacio Público imprescindible
Otra pieza clave es el Espacio Público, con ese diálogo necesario entre el dentro y el fuera. No hay vivienda digna si no hay Espacio Público también dignificado. En la vivienda vivimos, pero en el Espacio Público convivimos, que supone un paso más en nuestro desarrollo. Tal vez deberíamos saberlo pero, con frecuencia, vivimos dormidos, solo impulsados por la inercia de vivir, sin pensar en convivir. Ha tenido que venir un confinamiento repentino, ese que nos prohíbe lo exterior, para darnos cuenta de su importancia como elemento vital. Es extraño que, de manera reiterada, no apreciemos lo que tenemos hasta que nos falta. Esa es nuestra peor torpeza. Esa, y el olvido.
Un Espacio Público digno quiere decir aquel que considera las necesidades que hemos de resolver precisamente en colectividad, ese espacio que no hace distinciones de ningún tipo y que acepta la diferencia como uno de sus principales componentes. Voy a dar una vuelta, respirar aire libre (que estupendo es relacionar el aire con la libertad), ahora vuelvo, son frases cotidianas que usamos para indicar que salimos del reino privado de nuestras casas para pasar al reino público que compartimos con otros y otras. El conjunto de la ciudadanía disfruta de esos espacios, la infancia, la juventud, los más mayores, todos son bien recibidos porque esos espacios deben estar pensados para ellos y para compatibilizar sus relaciones. Y no valen remiendos, no valen recintos cerrados para que los más pequeños, y solo ellos, jueguen allí, vallados y vigilados. No valen aceras estrechas monótonas, aburridas. No valen plazas desproporcionadas, sin sombras, sin escala, que asustan más que acogen.
Si el Espacio Público es una continuación de la vivienda, ha de hacernos sentir como si estuviéramos en casa, pero en una casa compartida. Decimos mi casa, y tal vez es alquilada. Decimos mi calle y, sin duda, no está escriturada a nuestro nombre. La posesión viene dada por el uso, por la identificación, por el reconocimiento, por la satisfacción. Por eso hace falta Espacio Público plurifuncional, integrador, equipado y con vegetación. Los árboles, amigos de este espacio, son la mejor referencia, dan sombra, dan vida, dan juego, depuran, florecen. Nada da tanto a cambio de tan poco, simplemente cuidado y alimento.
La sostenibilidad sostenible.
Parece ya incuestionable que nuestro futuro depende directamente de la capacidad que tengamos los seres humanos de recomponer el equilibrio natural del planeta que hemos alterado profundamente. La reducción enorme de la biodiversidad está detrás de todos los fenómenos que vienen aconteciendo y que denominamos “catástrofes”, eludiendo así nuestra responsabilidad y difundiendo la idea de que son fenómenos naturales ajenos a nosotros. Esa es una solución cómoda, que nos permite dormir tranquilos y que aparentemente se resuelve levantando muros, buscando vacunas y defendiendo una falsa libertad que, precisamente, la toman como bandera aquellos que nunca antes la han defendido. Libertad para seguir haciendo lo que me apetezca, dicen, o sea, consumiendo, contaminando, cazando, pescando, construyendo, asfaltando, todo por encima de las contrastadas posibilidades del planeta. Si acaso alguna tímida referencia al reciclaje como tabla de salvación de las conciencias.
La desaparición de especies, y el aumento alarmante de las que están en peligro de extinción, son hechos que suprimen las barreras naturales que el planeta había diseñado para su correcto funcionamiento. La flora y la fauna son piezas clave sin las cuales, con toda su complejidad, no se entiende la tierra. Como tampoco se entiende nuestra existencia. ¿Qué demonios hacemos aquí actuando como los peores depredadores? ¿Esa es nuestra razón de ser? Y aun nos atrevemos a hablar de especies invasoras; ¿acaso nos referimos a nosotros mismos? Buscamos si hay vida en otro planeta pero despreciamos y malgastamos la que hay en este.
La aparición de animales en las ciudades durante esta pandemia, tímidamente, sin entender por qué no tienen sitio, no es una buena noticia. Es un indicador que subraya el hecho de que hemos invadido sobradamente un territorio que no es nuestro y que, mientras nos confinamos, ellos recuperan brevemente como un grito de alarma mudo, reivindicando unos derechos que no queremos ver. De eso los científicos avisan una y otra vez, y nosotros miramos para otro lado desafiando a nuestro futuro.
Conclusión
Son tres patas, Vivienda, Espacio Público y Biodiversidad que podrían resumirse simplemente en responsabilidad colectiva, en reconocimiento de lo que significa a la vida digna, pero no solo la nuestra, sino la de los tres mundos, mineral, vegetal y animal, esos que aprendimos en el colegio, de pequeños, y cuya existencia hemos olvidado demasiado pronto.
Rafa Rivera
Septiembre 2020