No hay duda, fulano de tal fue el que le dio a ella el tiro de gracia, allí, en medio de la calle, poniendo punto final a una historia de acoso, amenazas y golpes. Fue él el asesino.
Pero alguien más apretó el gatillo. También lo apretaron aquellos que las hacen invisibles, a ellas y a la lacra continuada que les acecha. Son cómplices quienes trivializan el conflicto, quienes se burlan de las denuncias con comentarios hirientes, quienes promueven leyes que atentan contra los derechos esenciales de la mujer robándoles su capacidad de decidir. Y también son cómplices aquellos que dictan sentencias absurdas, viendo provocaciones donde no las hay, justificando comportamientos criminales.
Ayudan a apretar el gatillo los que bromean con situaciones críticas para la mujer, se ríen, convierten en chiste lo que es un drama. Son cómplices los que desvían recursos, los que promueven publicaciones trogloditas. Y las religiones que se empeñan en darle a la mujer a un papel de comparsa, de ángel de la guarda sumiso, haciendo de ello un dogma de fe. Las quieren vírgenes, mártires o barriendo, solo así.
Y también son coautores del drama los que ofrecen sueldos desequilibrados con tareas impropias, con comentarios sobre la anatomía, con miradas y sugerencias turbias. Y los que renuncian a las tareas domésticas, multiplicando una herencia que no quieren revisar. Son partícipes la publicidad burda, las noticias manipuladas, el vocabulario, los mensajes subliminales que parecen inocentes, pero no, graciosos, pero no, neutrales, pero no. Y las modas con tallas imposibles y andares de tortura que luego los jueces tildan de provocadores. También los que saben, pero ocultan, los que conocen, pero disimulan, los que critican, pero justifican. Y aquellos que piensan que los celos, el control y algún cachete, son formas de amar. Y dicen sin rubor, aquí te pillo, aquí te mato.
Hay muchos cómplices detrás de cada gatillo, puñal o paliza, muchos que hacen posible que esta sociedad tolere tanto asesinato. En realidad, con ese equipaje criminal a cuestas, no somos una sociedad. Por eso resulta imprescindible que los hombres neguemos la supuesta hombría de quienes solo son asesinos ventajistas, que abusan del paraguas del amor para convertirlo en basura. Al final hará falta una huelga de mujeres que paralice al mundo y haga visible de una vez por todas a este personaje imprescindible en la historia de nuestras vidas.
Sin ellas, nada se entiende. No más gatillos compartidos.
Rafael Rivera. Arquitecto
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