De forma opuesta (pero simétrica) al concepto esbozado por Hannah Arendt, podríamos reconocer una cierta sencillez en la calidad moral de aquellos que ejecutan acciones heroicas.
En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento. Hay algo inequívocamente bello en el acto y, además, cada vez que argumentamos, reflexionamos, indagamos o hablamos, lo hacemos conmovidos por el anuncio de una forma de belleza.