La salvajada de Ceuta (la última) esta dando lugar a ríos de tinta, imágenes y videos que en nada contribuyen a la impunidad con que los responsables quieren saltarse todos los mínimos de la decencia no ya política o policial sino básicamente humana.
Esta mañana nada mas despertarme he abierto el ordenador para mandar un mensaje a todos mis amigos, estos sí gente muy decente en general, recomendándoles La sexta columna de anoche y adjuntándoles el enlace de dicho programa.
Al hacerlo me he encontrado con el siguiente artículo de Juan Luis Sánchez / Gabriela Sánchez, remitido por El diario.es: “Qué demuestran las nuevas imágenes de Ceuta como para que sea tan importante que las veas. La Guardia Civil intervino en aguas marroquíes pero dice que no tiene relación ninguna con las muertes porque ocurrieron en aguas marroquíes”
El artículo me ha parecido tan magnífico y justo como lo fue anoche La sexta columna, por lo que he decidido recomendárselo también encarecidamente a los destinatarios de mi correo e incluirles el enlace al mismo.
¡Que nadie diga que el periodismo, el verdadero periodismo, ha muerto!
Pero este artículo no es el que aparece encabezando el envío de El diario.es sino que figura en 2º lugar. El otro, el primero, va sobre ETA y su desarme. Y no puedo opinar sobre él porque no lo he leído aún. Pero lo menciono porque ambos artículos juntos, uno a continuación del otro, me han hecho relacionar los dos temas, al fin y al cabo tienen un elemento en común nada desdeñable: el de la violencia.
La violencia ejercida cobardemente por quienes están armados contra quienes están indefensos.
En un caso los armados están “al otro lado de la ley” (son los malos) y sus ejecuciones de inocentes fueron condenadas por la mayor parte de la sociedad, incluso por muchos de los que entendían sus razones, precisamente porque no hay nada que justifique el tiro en la nuca, el disparo por la espalda o cualquier otro medio que acabe con la vida del otro (o la dañe en cualquier grado) sin que suponga riesgo alguno para el agresor ni posibilidad de defenderse para el agredido.
Yo no sé a vosotros, pero a mí lo que me ha revuelto las tripas cada vez de esos chulos matones (los de ETA), es su inmensa cobardía unida a su gran desprecio por el otro.
Pues bien, en el otro caso, el que en estos últimos días nos llena de rabia, indignación, tristeza y vergüenza (digo “en estos últimos días” aunque la cosa viene de lejos, de demasiado lejos) aprecio demasiadas coincidencias y solo logro encontrar dos diferencias importantes:
La primera es que, en este caso, los agresores (la benemérita, los buenos, a veces más chulos y matones aún que los otros) están infinitamente mejor dotados de equipo -protección personal y armas- que aquellos, y que los agredidos son personas aún más indefensas que cualquiera de las víctimas de ETA, por encontrase exhaustas, al límite de sus fuerzas, tras un proceso de varios años de penurias extremas, sobreviviendo a duras penas desde que salieron de su casa, desde que se alejaron de su madre, de su padre, hermanos y amigos, de su tierra… para encontrarse con esto.
¿Puede imaginarse algo más obsceno que un guardia equipado como para el campo de batalla y fusil en ristre empujando a alguien que se tambalea de pura debilidad?
La segunda es que los guardias, a diferencia de los etarras, gozan de otra doble protección (además de sus cascos, sus chalecos, sus botas, sus escudos, sus armas…)
La de la legalidad: al fin y al cabo –escuchamos- están cumpliendo con su deber. Y si alguno se ha pasado, se le ha ido la mano o el gatillo y ha cruzado la raya, no es tan grave porque “hay que entender la enorme presión bajo la que trabajan” y porque lo que hoy no es legal, mañana lo será, que para eso están las leyes, para cambiarlas, como hemos escuchado estos días. Da igual que hayan actuado contra derecho, ya se ocuparan de “enderezárselo” aunque a título de ejemplo y lavada de cara caiga alguno por el camino de la investigación.
La otra protección (la más grave desde un punto de vista moral) es la de la opinión pública bien alimentada por los medios, y no solo por los más conservadores, no solo por los más recalcitrantes. Cuando las noticias se dan a medias, cuando los acentos se ponen donde no toca, cuando no se hace análisis comprometido con la verdad, cuando se deslizan comentarios, así como de pasada, acerca del peligro que nos amenaza desde el sur, acerca de la encomiable labor humanitaria de la GC, etc., etc., etc., después escuchamos en el autobús o en el mercado o en el bar o la panadería, las barbaridades que escuchamos, las repeticiones casi automáticas, nunca pensadas (¡ay!) de lo que se ha oído en el último noticiario, la última tertulia (¿por qué le llamaran así?) o cualquier otro espacio de telebasura.
Si no ¿por qué el mismo tipo de personas a quienes oímos rasgarse las vestiduras ante los “asesinos-criminales-terroristas” de ETA, a quienes veíamos llorar de rabia contra los agresores y compasión por los agredidos, muestran tanta frialdad, tan apabullante falta de sensibilidad, respeto y compasión con quienes merecen eso más que nadie? (Merecen eso y muchas más cosas, claro está, pero eso escapa de los límites de esta reflexión completamente espontánea acerca de la cara más visible -no la única, no la peor- de la violencia.
¿Será que aquello de EL OTRO –los otros- significa cosas contrarias según de quien se trate?
Decía Kapuscinski:
“Cada uno de esos desconocidos (…) parece llevar en su interior a dos personas; se trata de una dualidad que a menudo resulta difícil discernir, cosa de la que no siempre nos damos cuenta. Una es un ser como todos nosotros, con sus alegrías y sus tristezas, con sus días buenos y malos, alguien que celebra sus éxitos, al que no le gusta pasar hambre ni frío, que percibe el dolor como desgracia y sufrimiento, y la suerte como disfrute y realización. El segundo ser, que se solapa y entrelaza con el primero, es portador de unos rasgos raciales determinados, de una cultura, unas creencias y una ideología“.
Y yo añado a este hermoso texto: … portador también de un bolsillo lleno o vacío unido al origen geográfico y al color de su piel.
Porque aquí, seamos sinceros, no se trata solo de una cuestión de racismo sino de racismo y clasismo (por no hablar del sexismo como ingrediente que acaba de rizar el rizo de la ignominia) en una amalgama perversa. Si eres negro -o aún peor, negra- y pobre lo tienes muy, muy chungo; ahora bien si tu piel es oscura como la noche pero tienes pasta o eres una estrella del futbol o de lo que sea, la cosa cambia… ¿Desaparece el racismo o se aparca momentáneamente, oculto tras el brillo del dinero? (con cuánta razón Marx le llamaba “la puta universal”)
Y me pregunto: si esos guardias civiles que disparan bolas de goma, balas de fogueo y botes de humo contra personas que están ahogándose o propinan empujones a quienes acaban de alcanzar la orilla y no pueden ni andar, o si esas personas que no dudan en justificarles porque hacen su trabajo defendiendo nuestras fronteras y nuestro estado de bienestar (¿de bienes-que?), tendrán noción de lo que Kapuscinski quería decirnos, si serán capaces de ver en esos seres a los que agreden y/o desprecian, al otro. Al igual, aunque diferente, a ellos mismos. Si serán capaces de imaginárselos como personas simplemente (ahí es nada) o solo como mera mano de obra, muy útil en tiempos de bonanza y descartable a balazos y golpes en tiempos de crisis.
Yo dejé el Cristianismo (y cualquier cosa que oliera a religión) hace muchas décadas, no cuando alcancé el uso de razón sino cuando hice un buen uso de la misma, pero os aseguro que no he olvidado las más básicas, las mejores enseñanzas morales de aquello. Y hoy, por eso, porque lo conocí desde dentro y creyéndomelo de verdad -cuando solo era una adolescente- como una guía de vida, me sorprendo, me escandalizo y me avergüenzo especialmente ante aquellas personas que diciéndose cristianas muestran estar tan ajenas a todo lo que eso pudiera significar.
Pero más que mi indignación con todos esos hipócritas, me cabrea profundamente, hasta el asco, que un país que nos quieren imponer a todos como católico (aún, todavía) y cuyo catolicismo invocan para privarnos de derechos y libertades que creíamos ya inamovibles, sea tan escasamente sensible a otros mandatos morales en lo que respecta a la relación con los otros. Al derecho a la vida, en especial.
Lola Seres. Mujeres Grandes
Valencia, 22 de Febrero de 2014
Artículos de Opinión