Diálogo con unas amigas, a la hora del desayuno:
Yo- Estuve viendo ayer por la noche un episodio de “Isabel”. Está muy bien hecha esta serie.
Amiga 1- Por cierto, ¿sabes que cuando quisieron filmar unas escenas en una plaza de Barcelona les denegaron el permiso?
Amiga 2- ¿Por qué?
Amiga 1- Pues supongo que porque les parecía que esta serie es demasiado española.
A partir de ahí, empezó la discusión.  Algo de ese comentario me había molestado. No porque pensara que no era posible que las cosas hubieran sucedido de esa manera, sino por la pertinencia de decirlo.
En general no somos conscientes de lo que hacemos cuando hablamos. Es como si creyéramos a pie juntillas el mito de que el lenguaje es un instrumento de comunicación cuya función más importante consiste en el intercambio de informaciones. Y aunque hace mucho tiempo que tal idea ha sido criticada por la mayoría de lingüistas y filósofos, persistimos.
Foucault se inspira en el libro de Austin How to do things with words cuando afirma que si una persona se levanta por la mañana y dice “el cielo está azul”, eso no es una información, o lo que es lo mismo, no lo dice porque el cielo está azul sino por otra cosa. El ejemplo es por supuesto irrelevante, pero sirve para entender algo. La persona a la que está dirigida la frase “El cielo está azul” se puede siempre preguntar que por qué se lo dice, es decir que si el cielo está azul, decirlo no añade nada a los hechos, luego el decirlo cumple una intención, sea esta consciente o inconsciente.
En el caso que nos ocupa, la noticia por supuesto había sido publicada por un periódico. Mi amiga no recordaba de dónde se lo había sacado, pero eso no es importante. Lo que mi amiga no hacía era preguntarse el porqué de esa noticia (esto es, por qué lo dice el periodista) y, por lo tanto, tampoco ella se preguntaba el porqué ella la repetía.
Hace poco estaba releyendo a Bateson, otro pensador que no confía en la función informativa del lenguaje. Bateson señala que el lenguaje humano mantiene con aquello de lo que habla la misma relación que existe entre el mapa y el territorio. La palabra “gato” no nos puede arañar. Los mensajes humanos no son indicaciones directas de acontecimientos que se producen, sino que son signos construidos. Sin embargo, los humanos no parecemos darnos cuenta del todo y pensamos que lo que tenemos ante los ojos no es un mapa sino el territorio. Eso explica que, como concluye Bateson, respondamos de manera tan automática a lo que dicen los periódicos “como si esos estímulos fueran indicaciones objetivas directas de acontecimientos que se producen en nuestro entorno, y no señales elaboradas y transmitidas por seres cuyas motivaciones son tan complejas como las nuestras”.
En resumen, mi reproche, porque lo había, a las palabras de mi amiga está todo él encerrado en la pregunta que le formulé: “¿Por qué lo dices?”. Y mi argumentación consiste en hacer ver no que esos hechos no se han producido (gilipollas, imbéciles o iluminados hay en todas partes, se pueden encontrar un montón de entre los 6 o 7 millones de catalanes  y un montón mucho mayor, si mantenemos la misma proporción, de entre los 40 millones de españoles no catalanes), sino que decirlo significa algo más que decirlo. Y en la situación actual significa echar leña al fuego.
¿Es una tontería? ¿Carece de importancia? Todos somos responsables de lo que consentimos y lo hacemos cotidianamente, profiriendo frases en apariencia inocentes.