Sé que el título es un poco surrealista… pero permitidme una pequeña reflexión.
Aunque cuatro siglos las separan, no puedo dejar de pensar en el paralelismo de sus vidas. Ellas son iconos vivos del devenir de la Historia de España, y punto de partida en la evolución de las mujeres.
Lo digo desde mi perspectiva de mujer nacida en la posguerra, y educada en colegios de monjas, pero que a los 14 años ya estaba trabajando.
He pasado mi vida, buscando el sentido real del papel que interpreta cada mujer a lo largo de su vida. Nuestra generación, nacida de una guerra civil, con una paz humillante y dolorosa para unos, y de amnesia colectiva para otros, ha tratado de sobrevivir mirando al futuro.
Los primeros libros que leí eran las Vidas Ejemplares de los Santos, un compendio de milagros y martirios de angustioso seguimiento, y que intentaba superar viendo alguna película americana que llegaba a los cines de mi pueblo, y que a la vez, se convertía en un sueño inalcanzable.
Crecí viendo siempre a mi alrededor mujeres sufridas, abnegadas, que luchaban día a día por recuperar cuanto habían perdido en los años de la guerra, su juventud, sus estudios, sus trabajos, con el desesperado empeño de conseguir para sus hijas e hijos cuanto a ellas les habían robado, sus ilusiones , sus sueños.
Por eso, cuando descubrí a Teresa de Jesús me pareció una heroína, ella era la rebeldía, el altruismo y la pasión por la vida. Teresa también leía libros de santos y, más audaz que yo, intentaba poner en práctica. Ella lee cuantos libros alcanza, desde los de caballería a compendios de ciencia, teología… todo un mundo de sabiduría y conocimientos para su época.
Renuncia a las pompas y vanidades de este mundo y se va al convento de Carmelitas.
Su original concepto intelectual de Dios le lleva a discutir con santos varones, como Pedro de Alcántara, Francisco de Borja, San Juan de la Cruz… Su cuerpo y espíritu experimentan la transformación en la vida monástica, sus trances místicos, donde llega a levitar, y su profunda vida interior, siempre en lucha constante y en busca de la auténtica entrega a sus ideales de pobreza, obediencia y castidad.
Teresa comienza a escribir sus libros “Camino de perfección”, “Las moradas del castillo interior”, “El libro de la vida”, etc. Sus poemas y más de 500 cartas, testimonio escrito de sus anhelos y lucha, le empujan a poner en práctica su ideario, y se lanza por los caminos de Castilla a fundar conventos con el concepto revolucionario de aunar cuerpo y alma, cielo y tierra, entrega y libertad en un tiempo donde la Inquisición era el poder en la vida y la muerte de mujeres y hombres que se atrevían a pensar por ellas y ellos mismos. Teresa se salvó de milagro de la Inquisición.
A su muerte fue proclamada santa. Pero, han tenido que pasar cuatro siglos para que el Papa Pablo VI la proclamara Doctora de la Iglesia, en reconocimiento a su talla intelectual por cuanto de sabiduría e impacto didáctico ha dejado escrito.
Desde entonces, la humanidad y, en concreto, las mujeres, hemos ido avanzando con luces y sombras.
Reconocer en su figura a las pensadoras, escritoras, pedagogas, filósofas, maestras que a lo largo de tanta lucha (en un mundo de hombres) nos han dejado un legado mágico del que aprender, es el gran homenaje que las mujeres de toda clase y condición podemos hacer a Teresa de Cepeda y, como le dice la poeta Francisca Aguirre de 88 años y Premio Nacional de las Letras: “Teresa, lo tuyo era el futuro”.
Gracias a las valientes sufragistas, que lucharon por conseguir el voto de las mujeres y que paradójicamente, nunca llegaron a votar.
Habían de ser nuestras queridas Republicanas Españolas, las que consiguieron el voto para la mujer, la modernidad, el intelecto y la libertad de derechos en un mundo que iba hacia la confrontación de unas guerras atroces. Era el año 1933. Las españolas fueron las primeras europeas en votar.
De nuevo las mujeres seguimos perdiendo, siempre perdemos después de una guerra, aunque la ganemos.
Nace Carmen Alborch en 1947, ella y nosotras somos la generación silenciada de 40 años de franquismo. Y, a pesar de saber que casi todo es pecado, o está prohibido… las mujeres no podemos dejar de soñar.
Sabemos que hay un feminismo de la Igualdad y otro más revolucionario que le llaman el de la Diferencia. Alessandra Bocchetti es la pensadora que explica el fundamento de este nueva idea.
Las mujeres, empezamos a reunirnos y a pensar en voz alta, a salir a la calle en manifestación. Esta unión de intelectuales, empleadas, amas de casa, que leen a Kant, estudian filosofía, hacen teatro por los pueblos. Se convierte en una fuerza imparable.
Mientras, nuestra joven democracia sigue luchando en la vida diaria de España, y las mujeres entran en política a cuentagotas, abren el camino a la esperanza de convertirnos en un país mejor, deja de ser un sueño para convertirse en una pesadilla, por el gran esfuerzo que supone trabajar dentro y fuera de casa, criar y educar hijos, estar en la calle reivindicando todo y, al mismo tiempo manteniendo el equilibrio marital, con zapatos de tacón y la moral alta y sublime.
Y en este caminar de las mujeres que perseguimos sueños, aparece Carmen, una jovencísima profesora de Derecho Mercantil, que pinta las paredes de su despacho de color violeta y deja la puerta abierta. Dicen que es una moderna, transgresora en las formas, pero que consigue ser la primera mujer decana de la Facultad de Derecho.
Acepta el nombramiento por la Conselleria de Cultura como directora general y más tarde dirige el IVAM.
Años después es propuesta como Ministra de Cultura en el gobierno socialista de Felipe González. Carmen acepta el reto y comienza junto con su equipo el periplo de arte y cultura más interesante de la política española.
Hay que leer su libro “La ciudad y la vida” para valorar el ingente trabajo ministerial al servicio de la ciudadanía , intercambiando arte, firmando convenios, abriendo a España a la cultura del mundo, a la modernidad.
Las mujeres asistíamos perplejas y esperanzadas a esta nueva manera de hacer política, cercana, atenta, alegre. Un entendimiento cordial entre la cultura y la calle, el teatro, la música, los museos…
¿Qué sería de nosotras sin Grecia, el Renacimiento, el Museo del Prado…?
A Carmen la veías por las calles de Valencia, en el bus o en la cola del cine, con la misma naturalidad con la que presidía un acto institucional.
Jamás dijo que no a la invitación que, desde la Asociación Antígona, el Seminario de Mujeres Grandes, o Dones Progressistes de l’Horta Sud le pedíamos, siempre decía que sí.
Los avatares en política se suceden, Carmen deja de ser ministra y se presenta como candidata a la alcaldía de Valencia. Es derrotada, y pasa a liderar la oposición. Aguantó estoicamente durante cuatro años con un propósito firme y, sonriendo, solía decir: “Ellos que vayan diciendo, nosotras iremos haciendo”.
Comienzan los años de reflexión, y sin dejar la calle, codo a codo y dando la cara, se pone a escribir. Sus libros son su vida, sus deseos, su compromiso con la cultura, su estilo de vida… Ellos, cuando los lees, te reconcilian con los enemigos, te animan a seguir luchando contra la injusticia, te toman de la mano para romper el buenismo que estigmatiza la vida de las mujeres.
Su paso por el IVO , recordado por otras mujeres también en tratamiento de quimioterapia, hablan de su alegría y ánimo para seguir luchando.
Su imagen de cine y en tecnicolor, su sonrisa y sus libros, son el legado mágico de su vida.
¿Y por qué voy llegando a la conclusión de que Teresa de Jesús y Carmen Alborch despiertan la convicción del cambio?
Son el punto de partida hacia una cuarta revolución en la humanidad, esta vez liderada por las mujeres.
Cuando el 9 d’Octubre le impusieron la medalla de la Generalitat y en su discurso Carmen, desafiando el pensamiento único de lo políticamente correcto, se atrevió a pedir públicamente que el feminismo fuera declarado por la Unesco, como “bien inmaterial de la humanidad” acabó de romper el techo de cristal, y apareció un cielo bellísimo, presagio de una nueva oportunidad para las mujeres de todo el mundo.
Así, el ciclo de Teresa de Cepeda y Carmen Alborch se cerrará cuando ni una mujer más muera por ser mujer, las guerras entre países y hombres dejen de ser una terrible realidad, y nuestro planeta sea respetado.
Las vidas de Teresa y Carmen nos recuerdan el trabajo que tenemos pendiente las mujeres y los hombres de buena voluntad. Juntos, hemos de seguir soñando que las cosas pueden cambiar. Tienen que cambiar, se lo debemos a nuestras madres y a nuestras hijas.
Y, hasta el último suspiro, como decía Carmen cuando se despidió.