“Un joven recién salido de la adolescencia viaja en un tranvía azul…” Ese muchacho es Manuel Vicent, nació en Villavieja, Castellón, en 1936, y en ese tranvía azul iba a Valencia, a la playa de la Malvarrosa. De esa experiencia, y de la fermentación literaria de su memoria, nació su novela Tranvía a la Malvarrosa, que publicó hace veinte años en Alfaguara, para continuar, como dijo esta mañana en la Feria del Libro del Retiro de Madrid, “mi mejor libro, Contraparaíso”.
Veinte años después, se dijo en esa conmemoración bajo los árboles del parque, Tranvía a la Malvarrosa “se lee aún mejor”, porque la perspectiva de las décadas le dio al libro la serenidad de su belleza y “permite descubrir nuevas cosas que no se descubrieron en la primera lectura”. Eso fue lo que dijo Manuel Gutiérrez Aragón, cineasta, novelista, que fue uno de los cuatro lectores que afrontaron la tarea de conmemorar esta novela de Vicent. Los otros fueron Ángel Sánchez Harguindey, periodista de EL PAÍS, José Luis García Sánchez, director de cine, que fue quien en 1997 llevó al cine esta historia, y Pilar Reyes, directora actual de la editorial que publicó Tranvía a la Malvarrosa.
Es “la memoria sentimental de un aprendizaje” sexual y político, que significativamente comienza con la visita de aquel muchacho al prostíbulo en el que había de ser desvirgado, continúa con la primera experiencia sexual, ocurrida en solitario mientras escucha la narración de un gol de Gaínza y alcanza su punto culminante (en términos de conocimiento político) cuando descubre la política en la figura progresivamente más presente y más ridícula del general Franco, al que los valencianos tratan como al Papa.
En las novelas de Vicent, de la cual esta es una de las más destacadas porque incluye todos los símbolos de su manera de narrar, desde la realidad a la fabulación, “siempre hay alegría, sol, sabores”, pero en esta se destaca también, a juicio de Gutiérrez Aragón, “la presencia de la muerte: hay vida a borbotones, pero igualmente hay muerte a borbotones”. Leerla otra vez reafirma la idea que puede darse sobre otras narraciones del novelista de Villavieja: “ofrece siempre Vicent gran cantidad de información, en medio de sus fábulas y de sus crónicas, y esa información a veces resulta más significativa para los historiadores que otros testimonios de la época”.
José Luis García Sánchez la llevó al cine en 1997, a partir de “un extraordinario guión” de Rafael Azcona, como destacó Harguindey; del autor subrayó el cineasta “su capacidad narrativa oral” y la brillantez de su prosa, de la que partió una película en la que el adjetivo no está presente pues en ella todo es sensualidad y vida, verbo. A Vicent debió parecerle bien todo lo que oyó, pues en seguida, cuando le tocó el turno, desgranó algunos de los sucesos que aún siguen en la memoria de aquel muchacho que viajaba en el tren azul como si él mismo fuera uno de sus lectores…
Se acordó Vicent, por ejemplo, de “un domingo de verano, escuchando una arenga del capitán general de Valencia, Ríos Capapé, gritándole al camarada Posada Cacho que se cuadrara ante su jefe…” El camarada aquel era el padre del actual presidente del Congreso, Jesús Posada, y él escuchaba la invocación de ese nombre al llegar en el tranvía a aquella Valencia en la que el franquismo estaba hasta en las pastelerías…
“Es cierto”, explicó Vicent: “En esta novela debajo de las ruinas de los balnearios está el esplendor de los mosaicos que sacrificó la guerra, pues en esta memoria que yo he escrito coexisten la belleza y la miseria; hay, por tanto, gozo sexual, pero también muerte, ejecuciones, corrupción…, como la que luego, y hasta nuestros días, convivió en Valencia con la pura línea del horizonte”.
Después Vicent se fue con sus lectores y con sus amigos bajo el mismo sol que hace veinte años acogió aquí, en el Retiro, la primera salida de Tranvía a la Malvarrosa.
Juan Cruz. Periodista y escritor
Artículo publicado en Elpaís.com el 15/06/2014