Hay otros Juan José Millás (Valencia, 1946), pero están en este: columnista, reportero, cuentista, antropólogo, novelista y forense de una realidad paralela que podría pasar desapercibida si él no se hubiese encargado en cada línea de graduar nuestras gafas para sublimar la cotidianidad. El escritor madrileño define el coronavirus en Hoy es el futuro como una realidad delirante que bate brava contra nuestro mundo, el acantilado de un delirio consensuado.
¿Todo esto es verdad? ¿Estamos viviendo en la realidad?
Todo indica que sí. Estamos viviendo en una pandemia mundial y desconocida, porque desde hace un siglo no había sucedido nada parecido. Una realidad delirante que ocurre dentro de un delirio consensuado que llamamos precisamente realidad, que es el modo en que nos relacionamos, sobre todo económicamente, porque el capitalismo es un delirio.
Es real, aunque parezca mentira.
Es una realidad delirante, pero real. Al contrario del delirio económico, que es puro delirio y en cualquier momento se puede venir abajo, pues depende de que creamos en él. En cambio, creas o no en la pandemia, el virus existe. Ahora bien, si dejas de creer en la Renault, desaparece en cuatro días, porque la gente ya no compraría coches. Esa es la diferencia entre el delirio consensuado, al que llamamos realidad, y el delirio real, que es la pandemia.
¿La economía y las finanzas son una cuestión de fe?
Absolutamente. Son una cuestión de confianza. El Corte Inglés existe porque creemos en él. Si dejásemos de hacerlo, duraría una o dos semanas. Sin embargo, si dejas de creer en el virus, seguirá existiendo. Insisto: esa es la diferencia entre las realidades reales y las realidades imaginadas.
Algunos pensábamos que creeríamos o que volveríamos a creer en el pequeño comercio, pero parece que la gente no se está volcando con las tiendas de barrio. Lo tangible frente a la irrealidad de Amazon.
No sabemos qué pasará con el pequeño comercio, pero antes del virus nos encontrábamos justo en la mitad de un cambio de paradigma provocado por la realidad virtual. El coronavirus ha funcionado como el acelerador de una reacción química y ha sido brutal. Por ejemplo, ha surgido el teletrabajo, han aumentado los envíos de paquetería a los domicilios, etcétera.
Podemos fingir que el mundo seguirá igual cuando esto pase, pero no va a tener nada que ver. Es uno de los grandes errores de los políticos, quienes están actuando como si fuésemos a volver al mundo anterior cuando se descubra una vacuna y un medicamento, cuando ese mundo ya ha desaparecido.
El paro estructural va a crecer una barbaridad, de manera que el Ingreso Mínimo Vital, que lo han vendido como un gran avance, ya es viejo. La única solución real para el mundo que viene es la renta básica universal, porque va a haber un ejército de gente que no va a trabajar en su vida, o sea, que va a nacer y a morir sin saber qué es ganarse la vida
Es un cambio de cultura tan grande que los políticos deberían estar preparándose para que no se rompa la cohesión social. O, dado que ya está bastante rota, para que no se rompa todavía más. Si queremos construir un mundo digno, la única solución es el reparto de la riqueza, porque riqueza hay para todos, lo que pasa es que está mal repartida.
Por el mero hecho de nacer, uno tiene derecho a un salario que le permita llevar una vida digna. Deben recibirlo pobres y ricos. Y, cuando llegue la hora de declarar a Hacienda, quienes no hayamos necesitado esa renta básica universal la devolveríamos, lo que eliminaría los trámites burocráticos que provocará el Ingreso Mínimo Vital.
La política va muy por detrás no ya del coronavirus, sino también de sus consecuencias, porque le ha dado un empujón tan grande al mundo digital que el que veremos cuando todo haya pasado será irreconocible.
No le tiene miedo a la vejez, pero ¿ha temido el coronavirus? ¿O teme más los robots?
Por supuesto que le he tenido miedo al coronavirus, porque formo parte de la población de riesgo. Si hubiera estado en una residencia, seguramente me hubiera muerto. Claro que le tengo miedo y respeto, por lo que procuro no hacer disparates, aunque tampoco vivir aterrorizado. Esto es una cosa muy seria, que ha puesto patas arriba todo el mundo conocido.
Además de los efectos sobre la salud, está produciendo unos efectos socioeconómicos y un cambio en las estrategias y en las relaciones humanas brutales. Podemos fingir que el mundo que venga cuando esto se arregle va a ser igual, pero es mentira. Por ello, las cabezas encargadas de dirigirlo tendrían que estar pensando en nuevas soluciones, porque los recursos actuales no van a servir en el futuro.
Marta Fernández comentaba que “la nueva normalidad es la utopía más cutre de la historia” (entrevista) y se planteaba que si lo que viene es la nueva normalidad, lo que hemos pasado sería la “vieja extrañeza”.
A esa normalidad distinta, que podría ser atroz, corresponderá también una extrañeza nueva.
Le preguntaba si le tiene más miedo a la pandemia que a la robotización.
A la robotización no hay que tenerle miedo porque es inevitable. Lo que hay que hacer es buscar recursos para aliviarla. Si pensases en lo que ha cambiado el mundo desde la década de los cincuenta te quedarías espantado, pero no eres consciente porque lo has vivido día a día. Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens, dice que el mundo, en los próximos veinte años, va a cambiar más que en los dos mil anteriores, lo que conocemos como Historia.
Harari sería un tanto catastrofista, ¿no?
¡No! ¡No es catastrofista! Si alguien se hubiera quedado dormido en la Edad Media y se despertase a principios del siglo XIX, no habría notado grandes cambios porque fueron muy pequeños.
Sin embargo, desde mediados del siglo pasado los cambios son exponenciales. Hasta el punto de que no hay en la Historia ningún cambio como el que estamos viviendo, ni la revolución industrial ni la invención de la imprenta. Para encontrar un cambio semejante tendrías que irte a la prehistoria: por ejemplo, al paso del paleolítico al neolítico o a la invención del fuego.
El cambio de paradigma en el que estamos inmersos es de una naturaleza semejante, porque no deja ningún área de la vida sin tocar. El hecho de que cambie más en veinte años que en dos milenios no es una catástrofe. O podría serlo si no la sabemos afrontar y seguimos actuando como a principios del siglo XX. De ahí mi sorpresa frente a la inacción de los políticos, que tendría que estar preparando a la humanidad para este cambio brutal.
Hablando de trabajar o de estar en el paro, pasamos de ver prejubilaciones a los 52 a tener que currar hasta casi los 70. Sin embargo, los despidos se ceban con los trabajadores con experiencia. ¿No es absurdo que el mercado laboral centrifugue a alguien con cincuenta o sesenta años?
Forma parte del delirio consensuado del que te hablaba antes. Evidentemente, está mal. Es un disparate desprenderse de la experiencia de ese modo por un ahorro casi testimonial. Pero el mundo está muy mal organizado y cuando se sale de este delirio consensuado uno choca contra la realidad, con consecuencias nefastas
¿La realidad virtual ha venido a hacerle competencia a su visión de la vida, plasmada en sus textos, desapegados de lo tangible?
No le hace competencia porque la realidad a la que se dirige la sociedad es compatible con la visión de un cuadro de Velázquez o con la lectura de Faulkner o de Rousseau
¿El mejor atardecer de su ciudad de nacimiento es Manuel Vicent?
Yo salí de Valencia muy pequeño y ahora tengo una casa en Asturias, donde me encuentro en este momento. Tengo más presentes los atardeceres del Cantábrico que los del Mediterráneo.
Creció en el barrio madrileño de Prosperidad. Ahora, de adulto, ¿le ha tocado vivir en el distrito de la desgracia?
Bueno, eso no es más que un juego de palabras.
O sea, que vive feliz.
Vivo feliz relativamente. Yo estoy más o menos de acuerdo conmigo mismo, pero eso no quiere decir que no me lleguen las desgracias ajenas. No tiene nada que ver haber vivido en Prosperidad, que era una ironía —porque era el barrio más pobre de Madrid—, con que me haya tocado este final de fiesta de la pandemia. Son cosas diferentes, aunque tú hayas establecido esa imagen.
¿El ser humano está en decadencia?
No tengo ni idea, depende a lo que llamemos decadencia…
Ha transformado la vida cotidiana en una existencia insólita, pero la realidad está superando sus fantasías.
Seguramente, en cualquier época histórica el ser humano podría hacerse esa afirmación.
Imagínate que sufriésemos la Primera o la Segunda Guerra Mundial y te preguntasen: ¿el ser humano está en decadencia? Puedes responder que sí o que no —y ambas respuestas serían compatibles—, porque al mismo tiempo que estamos en decadencia progresamos a velocidades de vértigo en cuestiones de orden científico, médico, tecnológico…
Le preguntaba si esta realidad está superando sus fantasías, o sea, su visión de la vida cotidiana de una manera insólita.
No, porque mi visión de la vida cotidiana tiene que ver con estas cosas. No está separada de lo que yo hago o conozco, ni de los avances de la ciencia.
Infelizmente, es material de trabajo.
Bueno, es material existencial.
¿Qué tal se ve el futuro a través de sus gafas?
El futuro, en un cambio de paradigma tremendo, se ve con incertidumbre.
A veces, para ver mejor, algunos se quitan las gafas. Incluso hay quienes parecen más interesantes con esa mirada profunda y penetrante que da la miopía.
Bueno, eso es una figura retórica…
¿James Dean?
Bueno, yo no soy miope y voy bien con gafas [risas].
Trabajó en un caja de ahorros para pagarse los estudios, dejó la carrera de Filosofía y Letras, luego abandonó su trabajo de administrativo en Iberia para dedicarse exclusivamente a la escritura. ¿Si hubiese un salario mínimo vital hubiese escrito desde antes?
No lo creo. Al principio, yo compatibilizaba la escritura con un trabajo para ganarme la vida y, de hecho, publiqué mi primer libro con veintiocho años. Cuando más he escrito fue cuando menos tiempo tenía. Si trabajaba en Iberia de ocho a tres, me levantaba a las cuatro de la mañana para escribir.
El hecho de tener que ganarme la vida nunca ha sido una excusa para no escribir, aunque he utilizado excusas de otro tipo. Escribir constituía una necesidad de orden mental, espiritual o intelectual que era insoslayable. Ningún trabajo me ha impedido escribir y quien afirma eso lo usa como una coartada, porque en realidad no quiere escribir.