En una reciente entrevista, el mítico guitarrista mexicano Carlos Santana hablaba de su profundo sentido de la espiritualidad, algo que diferenciaba de la religiosidad y de ser religioso. «Soy un ser espiritual, pero en absoluto religioso». Todas las épocas y todas las sociedades, desde la Antigüedad hasta hoy, han elaborado formas diversas de espiritualidad asociadas al sentido de trascendencia. La espiritualidad de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz o fray Luis de León engendró obras maestras de la literatura mística. También los sanadores nahuatl se elevan por encima del mundo material hasta fundirse con la naturaleza sagrada, como lo hacen también los chamanes siberianos y los monjes tibetanos.
En cierta manera, la creación artística „que es un producto estrictamente humano„ viene a ser la expresión plástica de múltiples formas de espiritualidad, que, como el chamán, el sanador o el hombre-medicina, configuran la recreación esencial del mundo. El arte expresa el encuentro entre el mundo interior y el mundo exterior del artista, y por eso a menudo los artistas, los músicos, los escritores han buscado alterar su estado de conciencia experimentando con sustancias que estimulan la percepción y los sentidos. Una búsqueda nada nueva desde los tiempos más remotos, porque los humanos hemos inventado infinitas formas de exploración del mundo interior en busca del conocimiento y la felicidad. Quizá todas ellas puedan sintetizarse en el viejo aforismo griego «conócete a ti mismo», inscrito en el templo de Apolo de Delfos. Una ruta que encuentra un camino fértil en la meditación que distancia, protege y libera al ser humano de lo exterior a través de relajación y el silencio.
Todas las épocas y todas las culturas han amparado formas de espiritualidad. También en este mundo gobernado por el capital y dominado por el culto supersticioso a la técnica y sus objetos sagrados. Precisamente ahora, la forma más prosaica y sencilla de espiritualidad „quizá la menos gloriosa„ consiste en transformar en poesía lo cotidiano: tender la mano, sonreir, sentir la plenitud del aire que respiramos, disfrutar de una conversación o de un gesto amable, percibir la belleza del mar, o la grandeza de las emociones, reivindicar la dignidad de los principios y fomentar la solidaridad humana. Todo aquello que recupera el valor de lo intangible.
Quizá a quienes por ser simples humanos nunca nos arrastró el furor místico, ni estuvimos dotados de la grandeza genial de la creación artística, ni nos vimos arrastrados por la espiritualidad autodestructiva del alcohol y las drogas a lo Panero, quizá a nosotros la única espiritualidad que nos queda consista en habitar humildemente el Jardín de Epicuro, exprimir cada instante y transformar en un acto poético cada acto cotidiano. Poesía de la vida, no poesía de la palabra. En tiempos tan oscuros y miserables, no cabe forma más radical de subversión. Lo apuntaba Carlos Santana: la espiritualidad nos engrandece como seres humanos. Y añadía a continuación que la religiosidad es otra cosa. Porque las organizaciones religiosas son instrumentos de dominación y sometimiento. Y eso tiene poco que ver con la espiritualidad; eso es harina de otro costal. «This is another business».
Artículo publicado en Levante EMV el 28 de Marzo de 2014
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