El amigo Josep Vicent Marqués, en un cuento en el que se caía al vacío cogido de los tobillos de una azafata que colgaba de un paracaídas, decía: “Si miraba para arriba, me daba vergüenza; si miraba para abajo, me daba vértigo”. Pues eso es lo que nos pasa a muchos de nosotros, que entre la vergüenza y le vértigo, no sabemos dónde mirar. Y si miramos a los lados, nos encontramos otras miradas interrogantes, indignadas, un poco perdidas entre tanto desatino. Resulta difícil saber qué nos traerá el otoño, un momento estupendo para desafiar presagios y reafirmar voluntades, para eliminar dudas y alimentar la rebeldía.
Si mirando al gobierno o a la patronal, a los tribunales o a la iglesia descubrimos vergüenza o vértigo, si mirando a las instituciones, o a los bancos, o a las multinacionales, sólo vemos desconfianza y resquemor, si mirando a los mercados o a los financieros, a los políticos o a los agoreros, sólo vemos desesperanza, eso es síntoma de que es preciso cambiar la historia. De aquí sólo salimos enteros y vivos revisando a fondo este sistema que pretende engullirnos utilizando coartadas que no nos creemos.
El sistema se resquebraja porque alguien ha echado puñados y puñados de arena a la maquinaria hasta gripar las relaciones sociales. Ya se ha dicho, lo sé, pero esta es una crisis de valores (no económicos) producida por los que sólo ven valores (sí económicos). Por eso hay que cambiar las reglas del juego, es decir, la Constitución, la ley electoral, los límites para defender al débil, los derechos de los náufragos. Y poner por delante lo que siempre debió estar ahí.
Lo que ocurre, es sencillo. Hay gente que quiere ser rica, inmensamente rica, y olvidarse de los demás para siempre. Por eso busca cualquier truco. Elimina el bienestar de los otros y evita, con mamporros y leyes trucadas, que puedan protestar, añadiendo multas por manifestarse  e impuestos por recurrir. Cuando alguien limita y castiga los derechos de otros, no está hablando de economía, habla de justicia social. Los poderosos se han quitado definitivamente la máscara y han pasado al ataque más feroz, no hay duda. Para ellos, lo de la democracia solo era un compás de espera. Ni ápice de convicción.
Por eso a este otoño sólo le pido rebeldía, y que dibujemos una línea roja de verdad, que nadie pueda atravesar nunca. Y algo más, dignidad para mirar hacia arriba y hacia abajo sonriendo.
Rafael Rivera
Arquitecto