mediterraneo
Nací en el Mediterráneo, y siempre he estado orgulloso de ello; incluso pensaba que el día de mi incineración pusieran la canción de Serrat y todo eso. Es que me parece un mar especial, casi interior, cuna de civilizaciones y de intercambios, de playas y vacaciones, de islas estupendas, de clima, de cultura, de paisaje compartido. Un mar vehículo, una especie de puente entre el norte y el sur, entre oriente y occidente, casi el centro del universo. Esa era mi fantasía, y me cuesta entender mi vida sin el Mediterráneo a mano.
Pero, poco a poco, se ha ido convirtiendo en un escenario diferente. Y no han sido sus olas, ni su color, ni su ir y venir en las playas, ni su sonido, nada de eso. No ha sido el mar el que ha abierto sus fauces para devorar sueños rotos, hemos sido nosotros y nuestros gestores a la cabeza, esos que elegimos para que se ocupen de lo colectivo y, en realidad, se ocupan de otras cosas.
El mar, ahora, es un buen tema para llorar, y ha cambiado su poesía por el horror. No solo lo hemos maltratado, contaminado, explotado. No solo hemos esquilmado su fauna, hemos edificado sus costas y hemos puesto precio a su identidad. No, no bastaba con eso, ya ven, ahora lo hemos convertido en una trampa mortal para aquellos y aquellas que vienen de mil desiertos, de mil soledades, de mil desesperanzas, para los que sueñan pero se topan con su inmensidad detrás de la que se esconde el escaparate de nuestra opulencia. Hemos construído fronteras en el mar, que no entiende de fronteras. Hemos marcado límites crueles, donde nunca los ha habido y ahora, ante la alarma, solo hay propuestas de reforzar los obstáculos, aumentar el control, levantar los muros.
Si le preguntamos al mar nos dice que solo quiere ser el de siempre, un mar que no entiende de papeles ni de mafias. Mediterráneo, en el medio de la tierra, en el origen de la historia, eso es lo que quiere. Pero ahora lo hemos convertido en la morgue de la vergüenza, en la muestra del desatino, en la radiografía del sinsentido y de la crueldad sin límites.
Quizá se reúnan los ministros. Quizá hablen de esto y de aquello, pero la canción de Serrat se habrá vuelto dolorosa para siempre. No, ya no nací en el Mediterráneo, sino morí. Porque todos morimos cada vez que ocurre.
Artículo publicado en Levante EMV el  29/04/2015