Hay otro tipo de educación, más allá de las aulas, que resulta fundamental para convivir, fomentando valores que, con demasiada frecuencia, se quedan en la trastienda. Las ideas materiales han adelantado a las morales, transformando el pensamiento general en algo superfluo. Todo ello al rescoldo de una crisis que ha supuesto abrir las puertas a las bestias que permanecían ocultas.
Nos habitan un lobo bueno y un lobo malo, le dijo el abuelo al nieto. ¿Y quién gana? preguntó el niño. El que más alimentamos, contestó. Y hay mensajes que van dirigidos permanentemente al lobo de la codicia, del abuso, del exceso, del desprecio por lo público.
La publicidad es una academia invisible que permanentemente nos bombardea maneras de ser y estar. El consumo desproporcionado, la sumisión a la penúltima moda, la manera de alimentarnos, el ataque a la mujer, son variables disimuladas que nos cuelan cada día casi sin enterarnos. Mientras, los personajes mediáticos nos mienten en la pantalla cantando las virtudes de productos que jamás han usado. Y nos quedamos tan anchos.
Ahora hay una campaña publicitaria que resulta verdaderamente insultante para todos. El lema es algo así como atreverse a ser rico y, con voz agresiva, nos incita a medidas absurdas de las que podríamos disfrutar si fuéramos ricos, como poner el aire acondicionado a tope, cerrar un bar para nosotros solos y navegar en la opulencia despreciando al resto de los mortales. Verdaderamente ejemplar.
Ya nos insultó hace meses con aquella otra campaña llamada «los problemas de ser rico» en la que una voz melosa calculaba cuánto tardaría su jet particular en encontrarse con el de su novia o cómo distribuir los diamantes en el collar de su perra Fifí. Oír esas estupideces es un despropósito y hace de la publicidad una escuela traidora que propone la riqueza como cruel manera, estrafalaria e injusta, de vivir la realidad. Juegue al azar y, si tiene suerte, pásese al bando de los que despilfarran.
Tengo la fantasía de que para ser rico, hay que tener en cuenta a los demás, de lo contrario, en lugar de ricos se pueden volver delincuentes. Y creo que la publicidad, en vez de vocear ideas mezquinas, haría bien en buscar un sitio digno en este parchís en el que hemos convertido la vida colectiva.
Artículo publicado en Levante MV el 1 Febrero 2014
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