Julia esperaba en una parada de autobús cuando un hombre le preguntó si había mantenido relaciones sexuales y le ofreció dinero por irse con él a casa y tener sexo

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Hace cosa de dos años -yo tenía 19- estaba esperando el bus a plena luz del día en una avenida de Barcelona. Estaba de pie, intentando ver si ya llegaba mi autobús, cuando un señor que aparentaba alrededor de setenta años, bastón incluido), hizo el típico comentario de “qué buen día hace” o “¿esperando el autobús?” y me invitó a sentarme a su lado en el banco de la parada. Yo lo hice sin vacilar, supongo que por deferencia a la tercera edad o porque no le veía malas intenciones.
Entonces empezó a lanzar preguntas, que si estudias o trabajas, que si dónde vives, que si tienes marido. Yo le fui respondiendo con monosílabos, y de pronto la cosa degeneró y me preguntó si había tenido relaciones sexuales. Sus palabras fueron, “oye, y, ¿tú ya has hecho el amor?”. Lo dijo como quien pregunta la hora. Me quedé tan a cuadros que el tipo siguió con su oda al sexo, que si “es la mejor cosa del mundo”. “No lo dudo” dije mordiéndome la lengua para no reír. Creo que pensaba que era un lunático más que un pervertido. Pero entonces me puso la mano en el brazo y me dijo “mira, tú pareces una buena mujer; si vienes a mi casa y haces el amor conmigo, te daré cien euros a la semana”. Ahí sí que no pude aguantarme la risa. Sé que alguno se preguntará que dónde está la gracia, pero es que era tan surrealista que no supe reaccionar de otra forma. Los nervios, supongo. Te quedas en blanco.
Al cabo de unas horas, más tranquilamente, te dices “debiste decirle algo, debiste echarle una bronca, debiste dejarlo en evidencia delante de todo el mundo”. Porque la parada estaba llena, y el tipo no tuvo ningún reparo en pedirle sexo a una desconocida en una avenida a las doce de la mañana. La verdad es que no sé qué oyeron los demás, porque el señor hablaba flojito y muy formal. En tu cabeza tienes la imagen del clásico pervertido que se saca el pene y te pide un polvo, pero ese señor era el epítome de la “buena educación”. Así que quiero creer que nadie ignoró la situación adrede. Justo entonces llegó el autobús y me metí corriendo, no sin antes desearle los buenos días (a veces me odio).
Desde entonces, este es un episodio que cuento como una anécdota de mi vida en la ciudad. Pero pensándolo bien, no es algo anecdótico, ni entretenido, ni mucho menos motivo de risa. Estamos hablando de un hombre que a sus ¿setenta? años todavía no ha aprendido cómo relacionarse con el 50% de sus semejantes, que ofrece dinero a cambio de sexo a plena luz del día a crías que no levantan un palmo del suelo (esa soy yo).
No, no da risa. Da pena.
Julia
Artículo publicado en el diario.es el 15-09-2015