Ya se ha escrito mucho sobre la hipotética ampliación del puerto. Poco que añadir.
Solo una reflexión sencilla. Si tus supuestas necesidades producen efectos
colaterales graves, revisa esas necesidades, piensa si lo son de verdad y si resultan
razonables. No busques coartadas, ni atajos, déjalas de lado.

El principio de precaución y de cautela es el fundamento de un nuevo modelo que
no se basa en el crecimiento, sino en el progreso colectivo. Eso que llamamos
bienestar que, por ser común, ha de ser proporcionado.

No caben granjas vacunas infinitas, ni eternas hectáreas convertidas en campos
solares. Nada de eso es progreso, como tampoco lo es un puerto sin límites, y esos
límites ya los han sobrepasado varias veces sin pestañear. Son agresiones que,
como las cerezas, unas llaman a las otras, cada una justifica la siguiente y el
resultado es una espiral inaceptable.

Y no me digan que somos aburridos y aguafiestas. No me reprochen que por
nosotros no se haría nada. Porque ya sabemos que las diversiones de algunos nos
salen caras a la mayoría. Muy caras.

La verdad es que nosotros creemos en la diversión de lo público, en la verbena de
la educación para todos y todas, en las risas de una sanidad bien equipada que nos
salva, en el jolgorio de la cultura que enriquece, en el pasacalles de los derechos
colectivos, en las carcajadas de una ciudad cuidadora, habitable y habitada, de sus
barrios, de sus playas. Y creemos en la fiesta de convivir. Incluso nos da alegría
pensar que reinará la sensatez y paralizaremos juntos una ampliación del puerto
innecesaria e imposible.

Todo eso a bombo y platillo, con la cabeza bien alta y sonriendo, no crean. Sin un
ápice de aburrimiento

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