Me duele España porque no sé qué nos pasa. Me duele por no entender qué especie de cortocircuito trumpiano nos nubla la vista y el horizonte. Un horizonte que, de la noche a la mañana, ha amanecido oscuro. Negro. Sin color. Sin luz. Sólo ese gris plomizo de la tiniebla y el miedo de la caverna.

El doble rasero espanta. Y lo que queda para la sociedad esponja de la desinformación es lo que cree visceralmente, el bulo que se ha comido, la bula que ha contribuido a otorgar. Esos que destrozan vidas y absuelven a verdaderos desaprensivos. Una falta de criterio extremadamente dañina.

Que Feijóo y el PP se rasguen (o hacen que se rasgan) las vestiduras por la grosería machista del alcalde Saiz es para echarse a reír si las mujeres no tuviéramos ya la rabia en carne viva con tanta mala bestia de manual machirulo. Sangramos, oigan; sangramos por los oídos de escucharles.

Aurora sabe que la vida es más sencilla si no habla. Lo sabe desde los diez o doce años, cuando las intervenciones de los niños comenzaron a sonar por encima de las de las niñas.

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