El poder, el tabú y las nuevas formas de censura dejan poco margen para la libertad de pensamiento en una era acelerada por el ritmo, tantas veces bronco, que marcan las redes sociales. Recuperar esa capacidad crítica, tan necesaria para el progreso y la convivencia democrática, pasa por rebelarse contra la arbitrariedad de esos límites.

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