En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento. Hay algo inequívocamente bello en el acto y, además, cada vez que argumentamos, reflexionamos, indagamos o hablamos, lo hacemos conmovidos por el anuncio de una forma de belleza.