Hacía un calor insoportable, según los pronósticos, el 27 de junio cuando aterrizamos en Atenas. A pesar de esto confiábamos en establecer una relación intensa con Grecia.
Para ello contamos con la magnífica asistencia de nuestro guía griego quien se encargó de transportarnos, con sus relatos, a través de la historia, a los orígenes de esta impresionante cultura.
En la Acrópolis, entre los andamios, nos emocionamos al pisar el suelo que antaño habían pisado Sócrates y otros filósofos ilustres. El paseo, por la tarde, bordeando la costa, en dirección al cabo Sunion, nos proporcionó un espectáculo indescriptible. En lo alto, el Templo de Poseidón se alza como un majestuoso y solitario anfitrión de la noche que, sin duda, llegará.
Delfos comunica una fuerza indomable, como describe Javier Reverte, un lugar ciertamente sobrecogedor. Micenas, donde huele a romero, alberga la tumba de Agamenón, la Puerta de los Leones y unas ruinas en las que nos quedamos atrapadas. No nos queríamos desprender.
Cualquiera que haya estado en Grecia estará de acuerdo en que este país es un laberinto blanco lleno de luz. Decimos Grecia e inmediatamente se establece un lazo que nos remonta a pensar en un pasado glorioso y fecundo. Decimos Grecia y sabemos que nos encontramos en la cuna de la civilización. Ahí estuvimos y con ese bagaje regresamos.