Elegir destino se va haciendo cada vez más difícil… “Ese país ya lo conocemos”, “Ese otro no tiene nada de interés”, “Para ir al lado de casa, no nos movemos…”, Así que teniendo en cuenta todas estas premisas elegimos viajar: lejos, en avión, barco, autobús…porque eso no importa y nos fuimos a cuatro países: Suecia y Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania).

Como de costumbre, iniciamos el viaje en autobús, de noche, pero esta vez vía Picasent-Madrid, y de allí a Helsinki-Estocolmo. (Por motivos de interpretación del horario ). Primera prueba superada, todo a su tiempo y avión rumbo a la aventura.

De Suecia nos llamó la atención además del paisaje maravilloso, la austeridad del carácter sueco, evitando lo superfluo, (recordad el Ayuntamiento) y el sentido tan profundo de la colectividad y de lo práctico. Todo es sencillo y para todos. Visitamos el lugar donde se celebra el banquete de los Premios Nobel y aprendimos a bajar las escaleras mirando al frente.

Despues nos trasladamos al Museo de Guerra Vasa. Pudimos contemplar el barco Vasa, con sus piezas originales, y conocer que este buque naufragó en el centro de Estocolmo durante su primer viaje, en 1628 y fué recuperado 333 años más tarde, y que tras su restauración ha quedado perfecto.

Tras cruzar el Báltico en ferry (con su correspondiente baile nocturno discotequero y algún que otro intento de ligue, rechazado por supuesto) llegamos a Tallin, ciudad medieval preciosa, fundada en 1219 por invasores daneses y que al ser pequeña, al primer paseo ya la conocíamos, e incluso algunas pudieron asistir a un concierto. Visitamos también el Museo Etnográfico al aire libre “Rocca-al-Mare”, recreación de un pueblecito estonio con las típicas casas de madera y techado de paja, que por el frío de  aquellas tierras  hacían la vida en el interior. Es decir descubrimos la vida rural de Estonia durante los siglos XVIII y XIX. Y tambien visitamos la catedral luterana y la catedral ortodoxa. Y por supuesto vistas panorámicas de las torres de la ciudad.

Seguimos hacia  Riga, y por el camino, por supuesto, visitando todo aquello que tenía interés. “Las grutas de Gutmanis”, que sí, muchas leyendas de los livones, pero que era una cuevecita con inscripciones, muy antiguas, pero cueva, no gruta. Después el castillo de Turaida, donde algunas se subieron a una torre alláá   arribaaa , y nos veían pequeñitas, para bajar corriendo, porque el tiempo de visita estaba tasado. ¡Qué energía! .

Y por fin, Riga, ciudad que nos maravilló por sus edificios de Art Nouveau o Modernistas (dicen que la mayor colección de edificios de este arte en el mundo); (pues ya no nos lo cuentan). Y su catedral, con un órgano, que dicen también que es el mayor de Europa, con cuatro teclados y más de 6.700 tubos.

Y Jürmala, el más importante lugar de veraneo de los Paises Bálticos, por la suavidad de su clima y sus aguas minerales. Con su playa de arena fina que se extiende al parecer más de 33 km.,  rodeada de bosques de pinos y su agua dulce, (sí, sí, aunque es el Báltico, su agua es dulce, porque la probamos mientras nos remojábamos los pies.

Al día siguiente, salimos hacia Rundale, para visitar su Palacio, construido por el principal arquitecto de San Petersburgo, y donde disfrutamos de sus jardines, rosales de todo tipo y fuentes (fotos de rigor) y comida. Momento de esparcimiento, que también se necesita.

En ruta otra vez, paramos en la “Colina de las Cruces”, en Siaulia. Lugar curioso, donde hay depositadas miles de cruces (más de 50.000) y rosarios, como signo de identidad religiosa. Lugar un poco sobrecogedor y que nos dimos prisa en terminar la visita.

Y así, llegamos a Vilnius, (ya estamos en Lituania). Esta ciudad fue invadida por alemanes, polacos, suecos, rusos, y sirvió de cuartel general de los ejércitos franceses de Napoleón en su intento de invadir Rusia, cuyas tumbas se encuentran en el cementerio de Antakalnis, así como de los lituanos abatidos en el proceso de independencia del país. La Republica independiente de Uzupis, que es un barrio pintoresco dentro del casco urbano de Vilnius, habitado por artistas, y que proclama en su Constitución “el derecho a ser feliz”.

Y en fin, excursión a Trakai, con sus lagos y bosques. Su castillo medieval en una pequeña isla en el lago, muy bien conservado, y… esto se acaba.

El cambio de moneda ( imposible de aprender), y preguntas como: ¿pero dónde estamos? ¿Esto es Letonia o Lituania? Y observaciones: (porque lo que no ve una lo ve la otra); “pues aquí hay mucho coche de lujo…”, y podemos asegurar que en nuestros viajes, lo vemos TODO.  Eso sí, hay que reposarlo un poco, ver las fotos que nos ayudan y después de verlo todo, aun queda tiempo para el último paseo  antes de dormir, y también para organizar nuestras propias fiestas de fin de viaje.

De las esperas en los aeropuertos, ni qué decir tiene que tampoco perdemos el tiempo. En esta ocasión Helsinki. Uff¡ Muy caro todo ¡Pero viene una viajera (que ya ha recorrido todas las tiendas en un santiamén) y nos dice: regalan un pastel allí, y más allá al final del pasillo ¡rebajas¡ Bueno, acabamos con todas las tallas de chubasqueros, y además aparte del salmón ahumado, quesos, etc, hubo quien compró una piel de reno, blanca, preciosa, y las más discretas un abridor con cuernos de reno (pequeñitos). (Por si nos hace falta).

Y lo más sorprendente es que aguantamos todo. No se sabe si es por la capacidad que tenemos de ilusionarnos, porque nos sentimos liberadas de las cargas diarias y rutinarias o porque…. ,no cumplimos años, porque haberlas mayorcitas..¡haylas!