Este año nos hemos ido muy lejos. Vietnam nos atraía desde hacía tiempo y, a pesar del calor que ya sabíamos íbamos a sufrir, no pudimos resistirnos.
Hanoi fue la ciudad a la que dedicamos más tiempo. Todavía con el sopor de tantas horas de avión nos vimos en el corazón de esta ciudad que es puro estrés: cláxones, griterío, variopintas mercancías en plena calle y una invasión de motos. A su atmósfera tropical y sudorosa se sumaba la polución de las motos en incesante ir y venir, con unas normas de circulación no visibles para nosotros pero, sin duda, eficaces para ellos que se esquivaban con gran pericia. Cruzar la calle era una aventura que precisaba de valor y organización del grupo.
Pero a pesar de todo, esta ciudad nos enganchó. Pasear por sus calles resultó ser un ejercicio de lo más estimulante… había tanto que mirar.
Asistimos a una sesión del Teatro de Marionetas en el agua. Tradicional espectáculo milenario, nacido en los campos inundados en el delta del rio Rojo, al norte del país, y que representan historias de la vida cotidiana en los arrozales.
Visitamos el Mausoleo de Ho Chi Minh en el centro de un hermoso parque. Junto al mausoleo está el palafito donde vivió, conservado tal y como lo dejó en 1969. A su lado la curiosa estructura en forma de flor de loto de la Pagoda de Pilar Único, que descansa sobre una sola columna.
La armonía de la ciudad desaparece cuando entramos en su mercado callejero. Gran variedad de productos desecados, multicolores puestos de especias, mil tipos de verduras, ollas humeantes con el plato del día… y esas jugosas tropicales.
Dese Hanoi fuimos hacia la ciudad de Hue. Esplendorosa capital vietnamita en tiempos imperiales. Conocida por su patrimonio arquitectónico y que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993.
El corto crucero por la Bahia de Ha-Long (dragón descendente) fue un autentico placer, así como el baño en sus aguas.
Ho-Chi-Minh la antigua Saigóm, la más grande y moderna del país la pasamos a vista de pájaro. Solo nos quedaba un día y nos decidimos por el delta del rio. Después de dos horas de autobús, llegamos a la parte más frondosa que habíamos visto hasta entonces. Una red de ríos y canales que se entrelazan entre si. Nos trasladamos navegando en embarcaciones de madera siguiendo este flujo de aguas que comunica las aldeas asentadas entre la exuberante vegetación.
Es un país con una gran riqueza de aguas. “Mi país natal es una patria de aguas”, escribió en sus memorias Marguerite Duras, que nació en Saigón y pasó años de su infancia en el bello delta del Mekong.
Nos cautivaron sus gentes, hospitalarias y amables. Nos gustó su cocina. Disfrutamos con los hermosos jardines, muy bien cuidados, aunque la temporada de floración de las orquídeas ya había pasado, empezaba la flor de loto que cubría los estanques y nos ofrecía un bello espectáculo.
Y como no, recordamos algunas películas, como Indochina y El americano impasible, según la novela que Grahan Green escribió en un hotel de Hanoi en 1955.